Sangría, la verdadera historia de una refrescante bebida veraniega

Aunque los winelovers más puristas se rasguen las vestiduras, el vino también se mezcla. Con refrescos, frutas o incluso con otras bebidas alcohólicas. Todo sea en beneficio del placer. La vapuleada sangría es uno de los brebajes más populares que surgen de mezclar vino con otros ingredientes. Un cóctel vínico en toda regla, que triunfa especialmente en verano, cuando el calor –y la sed– aprieta.
Pero no es la sangría el único bebedizo que espanta a los enómanos recalcitrantes que tiene gran demanda entre los consumidores más sedientos (y menos escrupulosos). Allí están, también, el tinto de verano, el rebujito, el glogg –más invernal, por cierto–, el agua de Valencia y el clericot, por mencionar solo algunos.

Sangría, no solo para guiris

Entre todos ellos, sin duda la sangría es el más célebre, al menos en España. Tanto como para que muchos guiris lo identifiquen con la esencia de este país, junto a iconos gastronómicos como pueden ser la paella o la tortilla de patatas.
Pero la sangría no es una sola: su interés varía de acuerdo a la composición –y la calidad– de sus ingredientes. Empezando por el vino. Y así como hay sangrías malas y mediocres, que no valen más que para saciar el paladar en un chiringuito playero, otras son más rigurosas y creativas. De allí que más nos vale saber también de sangrías para dar a una bebida mestiza y de larga historia. Que no es solo para guiris.

 

Sangría criolla, en La Cabrera Madrid

 

El origen de la sangría

La historia de la sangría que el respetable diccionario de la RAE define como «Bebida refrescante elaborada con vino tinto, azúcar y trozos de fruta», es extensa y compleja. Sus orígenes se remiten –cómo el de otros tantos bebedizos– a las colonias del Imperio Británico. Cuando, en torno a los inicios del siglo XVIII, los colonos mezclaban, para mitigar el calor de las Antillas u otros destinos tropicales, ron con frutas, miel, especias y vino.
Otra teoría asegura que, un siglo más tarde, campesinos de España y Portugal crearon la sangría mezclando vino con melocotones, manzanas y cítricos (las frutas que tenían más a mano).

Clericot, sangría de vino blanco

En todo caso, es más que probable que aquellas sangrías primigenias no se elaboraran con vino tinto, sino con blanco. Lo cual no sorprende: tanto en Roma como el la Edad Media, era habitual mezclar el vino con especias y frutas. Sobre todo si no era de la mejor calidad. Y el vino blanco era más dúctil para ser mezclado con frutas, brandy, canela y otras especias.
De allí que la versión de sangría elaborada con vino blanco quizás tenga más que ver con el mejunje original. En Argentina, por ejemplo, es muy popular el clericot (o clericó), suerte de sangría a base de vino blanco, que incorpora frutas blancas (melocotones, albaricoques, peras) además de fresas y una pequeña proporción de licor.

 

Clericot, sangría de vino blanco

 

Aún cuando el nombre de clericot releve que la mezcla original se realizaba con un vino clarete. De hecho, el término «clericot» parece devenir de «claret cup», ponche vínico de origen también británico que incluye claret –el vino tinto bordelés más ligero–, mezclado con frutas blancas y una dosis de brandy o licor.
Aunque el clericot fue muy popular en el ámbito británico en el siglo XIX, luego cayó en desuso. Pero lo adoptaron las sociedades de países como Argentina, Uruguay y Paraguay, que aún disfrutan de esta «sangría blanca», puesto que en algún momento de la historia el clarete se sustituyó por vino blanco.

Sangrías de autor

Aunque en una mezcla veraniega de vinos y frutas podría parecer en principio más lógico emplear vino blanco que tinto, lo cierto es que en España se ha impuesto la versión «roja» de esta bebida. Con una fórmula que no varía mucho e incorpora vino tinto, fruta natural troceada (no muy madura, para que no se disuelva en el líquido), azúcar o almíbar y algún licor.
Pero como la capacidad creativa de restauradores, bartenders y demás fauna que subsiste en el sector es inagotable, las sangrías pueden incorporar ramalazos de autor o referencias exóticas.
Valga como ejemplo de ello la Sangría criolla que acaba de presentar el restaurante argentino Le Cabrera en Madrid, que incorpora vino tinto de uva malbec, chicha morada, vermut, zumo de limón y fruta troceada.
O una variante aún más estilizada, que firma Mario Villalón en la barra de Angelita Madrid y que combina vino joven de uva mencía, ginebra, cordial de frutos rojos, agua aromatizada con menta y hierbas provenzales y tintura de arándanos y grosellas.
Por lo visto, la sangría es un cóctel vínico que aún da juego a la imaginación y la creatividad.

 

La sangría de Mario Villalón en Angelita Madrid

Federico Oldenburg

Periodista especializado en vinos y destilados, colaborador de numerosos medios internacionales y jurado de los más prestigiosos certámenes vinícolas.

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