El Día del Mundial del Malbec, que se celebra el 17 de abril, es una buena excusa para brindar con dos vinos de esta variedad: uno argentino y otro español. Y repasar la historia de esta uva.
En Argentina, la malbec es mucho más que una variedad de uva. Es un símbolo de la identidad vinícola del país. Una bandera nacional, que representa al vino argentino, más allá de las particularidades de las distintas regiones, el carácter de las distintas marcas, el valor diferenciador de cada bodega y –por supuesto– de que existen muchas otras variedades que también se han adaptado idóneamente al terruño nacional. Por eso tenemos un día mundial del Malbec.
Desde luego, en un país de inmigrantes no debería llamar la atención que los argentinos hayan elevado a su singular santuario de símbolos nacionales a una uva de origen francés. Al fin y al cabo, también era franchute el endiosado Carlos Gardel, leyenda mayor del tango. Que, como la malbec, tuvo que echar raíces en Argentina para consagrarse en el mundo. Hoy, tanto el artista como la uva se consideran tan argentinos como los goles de Messi o el dulce de leche.
Aunque pueda parecer absurdo, el paralelismo ampelográfico-tanguero tiene otro elemento sincrónico. Porque, en ambos casos, antes de la gloria, existió una escala previa. Y así como Gardel, nacido en Toulouse, pasó su infancia en Uruguay antes de cruzar el Río de la Plata para convertirse en el «zorzal criollo»; la malbec, que es originaria de la región vinícola de Cahors –en el Sudoeste de Francia– tuvo que pasar por Burdeos, donde nutrió a célebres châteaux antes de llegar a Argentina. Pero todo ello sucedió antes de que la epidemia de filoxera arrasara los viñedos de Europa en la segunda mitad del siglo XIX. Luego, casi nadie la tuvo en cuenta.
Sin embargo, quiso el destino que, en 1853 –tres lustros antes de que la peste llegara a la vid en el Viejo Continente– el ingeniero agrónomo francés Michel Aimé Pouget recibiera el encargo del gobierno argentino de introducir nuevas variedades «nobles» en la región de Cuyo, con el propósito de dinamizar la producción vinícola.
Entre las diversas uvas que llevó a aquella zona monsieur Pouget, la malbec fue una de las que mejor se adaptó a las condiciones geoclimáticas determinadas por la considerable altitud de los viñedos que se encuentran al pie de la cordillera de los Andes –entre los 800 y 1000 metros sobre el nivel del mar–, suelos de composición diversa –mayormente arcillo-calcáreos y pedregosos–, escasa pluviometría, elevada insolación y una importante amplitud térmica, que favorecen una lenta maduración de las uvas, lo que propicia su intensidad aromática, fuerte coloración y concentración polifenólica.
Desde aquellos tiempos la malbec ha ido ocupando un lugar cada vez más hegemónico en el vino argentino. Aunque no fue hasta la década de 1980 cuando realmente se tuvo en cuenta el potencial de esta uva, especialmente en la zona alta del río Mendoza y en el Valle de Uco. En Agrelo y Vistalba (Luján de Cuyo) alcanza una acidez equilibrada, excelente concentración y capacidad para el envejecimiento; en el Valle de Uco, elegancia, sutileza y color intenso.
Aunque también hay buenos tintos de malbec en otras regiones. En las alturas de Salta –la región vinícola más elevada del planeta, con viñedos plantados por encima de los 1.700 metros sobre el nivel del mar– esta variedad adopta un perfil más salvaje, profundo y oscuro. Y en los insospechados viñedos patagónicos (tanto en Neuquén como el valle de Río Negro), una finura y complejidad asombrosas.
Todos ellas, razones de peso para que la malbec, con su infinita negrura y sensual expresividad, se haya convertido en el argumento más convincente del vino argentino.
Un malbec argentino… y otro ¡de la Ribera del Duero! para brindar por esta uva que tanto nos gusta. Una propuesta perfecta para el día mundial del Malbec.
Bodega Colomé
Valles Calchaquíes (Salta, Argentina)
75 cl
PVP: 36,25 €
Colomé, uno de los proyectos vinícolas más dinámicos de los valles Calchaquíes –en las alturas la provincia argentina de Salta– recupera la esencia de las prácticas sostenibles de los pioneros que fundaron la bodega en 1831 para sacar el mejor partido a las viñas de malbec que crecen a más de 2300 metros de altitud. Así se obtiene la expresión más «auténtica» del malbec de Colomé, sin contacto con madera, con toda la frescura de la uva y todo el poderío de la variedad en un terroir salvaje, de rasgos únicos. Hay que probarlo.
Bosque de Matasnos
DO Ribera del Duero
75 cl
PVP: 40 €
Denostada en Burdeos y reivindicada en Argentina como variedad que representa su identidad vinícola, la malbec también encuentra en la vieja Castilla algún terruño idóneo para desarrollar su mejor potencial. Así lo demuestra Bosque de Matasnos con este singular tinto de ensamblaje, que combina tempranillo de viejas viñas (en un 75%) con un 25% de malbec cultivado en el parcelas a 950 metros de altitud, en el entorno de Peñaranda de Duero. Una composición inédita en el contexto de la Ribera del Duero, que da lugar a un vino pleno de frescura, con taninos finos, con nítidos rasgos frutales y lo mejor de ambos mundos. Todo un acierto. El tinto perfecto aunar sensaciones en el Día del Malbec. Y en cualquier otra ocasión que se precie.
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