Algo más de una hora se tarda en recorrer con coche la distancia que separa Oporto de Vila Real en el corazón de los viñedos del Douro. Kilómetros de laderas plantadas de vid se asoman al río que se retuerce en meandros infinitos a través de las colinas salpicadas de quintas señoriales, como la que alberga al hotel Six Senses Douro Valley en Lamego.
Oporto, declarada patrimonio de la humanidad en 1996, se extiende a ambos lados de la desembocadura del Duero. Varios puentes (dos de ellos de un discípulo de Eiffel) unen el barrio medieval de Ribeira con Vila Nova de Gaia, en la otra orilla. Allí llegaban los rabeles (embarcaciones) en el siglo XVII cargados de vino que se despachaba en barco rumbo a Inglaterra. Hoy en las bodegas se agolpan los turistas obsesionados por catar Rubys y Tawnies de la primera Denominación de Origen del mundo (1756). La ciudad, como todo Portugal vive un renacimiento que se aprecia en los nuevos comercios y restaurantes.
La estación de ferrocarril de San Bento, con sus maravillosos murales de azulejo; la torre de los clérigos, la librería Lello y el café Majestic no acusan el paso del tiempo. Los aficionados a las conservas pueden dar un salto hasta Matosinhos, capital de la sardina en lata. Si llega la hora de almorzar: Porto Escondido (cocina popular a precios ídem), Tapisco del gran chef Henrique Sa Pessoa (tapas ibéricas en un espacio desenfadado), Esukaluduna Estudio (cocina portuguesa de autor, el nombre induce a confusión, pero no es cocina vasca).
El Alto Douro Vinhateiro es un paisaje ondulado, amable o arisco, de colores cambiantes. Reconocido por la Unesco como Patrimonio Mundial en 2001, Las poblaciones de Lamego, Peso da Régua, Pinhão, Vila Real, marcan la ruta.
Peso da Régua fue durante el siglo XVIII el centro de almacenaje y distribución del vino, Hoy la población no tiene mayor encanto, pero merece la pena hacer una parada en el Museo del Douro. Pinhao desde donde los rabeles partían Duero a bajo cargados de toneles, conserva una bonita estación de ferrocarril. Entre ambas localidades, el restaurante DOC del famoso chef portugués Rui Paula, ofrece la posibilidad de cenar suspendido sobre el río con unas vistas increíbles: cocina de autor con productos autóctonos y vinos de Oporto.
Lamego, la capital del barroco portugués reúne varios tesoros: el castillo, la catedral, la imponente escalinata que conduce a la basílica de Nossa Senhora dos Remedios y, a pocos kilómetros, el hotel Six Senses Douro Valley, ubicado en una preciosa hacienda agrícola del siglo XIX. 2.200 metros cuadrados pensados para desconectar. Una mezcla óptima de diseño, sostenibilidad, confort, actividades a medida y paz. El bienestar interno y externo vertebra la filosofía de la exclusiva cadena Six Senses, cuando entras en uno de sus hoteles, no te quieres marchar. Incluso ponen a tu disposición un coach del sueño con quien hacer un tratamiento para dormir y descansar mejor ¡porque con elegir almohada no basta!
Las actividades están pensadas para que el huésped tome contacto con el entorno: vino, río, bosques, huerto… y burros. Sí uno de sus objetivos es preservar los ejemplares de burros que se conservan en la comarca. El hotel lidera un proyecto de sostenibilidad global, un compromiso con el entorno y con el planeta.
Se puede navegar el río en kayak o en velero; recorrer los viñedos en bicicleta o en todo terreno; aprender a prensar las uvas, a preparar encurtidos con los frutos del jardín, a cocinar platos típicos o a catar Oportos como un profesional. Eso por no hablar de los talleres de pintura de azulejos, las visitas a bodegas, los picnics y los fabulosos tratamientos en el spa.
En la biblioteca -repleta de libros sobre vino- hay un dispositivo para poder catar vinos que van rotando o directamente servirse una copa y disfrutarla. Cada tarde, uno de los sumilleres ofrece una cata comentada a la que se unen los huéspedes. También hay catas individuales para que cada cual profundice en los oportos que más le interesen. La bodega es tan amplia que seguro que hasta los más enterados descubren vinos que no conocen y quieren catar.
Tras las clases de cocina se puede cenar en la mesa del chef. Los que no quieran cocinar pueden salir a recoger hierbas para aprender ha hacer tés o aguardientes, es lo que llaman el Alchemy workshop. Claro que también puedes aprender a hacer jabones y cremas a partir de elementos del viñedo. Una de las actividades más interesante es el taller de encurtidos (dentro del Earth Lab) en el que se aprende como cortar las verduras que previamente se han recolectado en el huerto, y preparar las proporciones justas de vinagre, sal y azúcar para que se conserven en perfectas condiciones durante tiempo. Una vez cerrados los tarros y etiquetados el huésped se va con sus pickles a casa.
El desayuno es un espectáculo, a pesar de ser un bufé (no me gusta levantarme una y otra vez). Impresiona la calidad de los productos que se sirven, orgánicos en su mayoría, y el espacio que recrea una cocina antigua, con vistas a los viñedos. Ahora los colores son increíbles, el paisaje tras las ventanas parece un cuadro enmarcado por el dintel.
En el mismo comedor, a la hora del almuerzo se puede probar una cuidada propuesta de cocina popular portuguesa: asados, verduras (es muy interesante la cocina vegetal). En la cena el chef deja volar su imaginación y hay espacio para la innovación, pero siempre con el foco en el producto local.
Para conocer la tradición gastronómica de la zona merece la pena escaparse a Lamego y probar las “bolas” bocadillos rellenos de vinhad’alos (carne de cerdo macerada) en la Casa Das Bolas y el pastel Lamego, una tarta a base de huevo en Pastelaria da Sé (Rua dos Loureiros 24). También el jamón curado y los embutidos tienen fama, pueden probare en la Presunteca (Costa dos Remedios s/n).
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