En términos mediáticos, los vinos de pueblo españoles ocupan pocas portadas. El escenario del vino patrio resulta mayormente dominado por la actividad de los grupos bodegueros con mayor presencia en el mercado, así como aquellos viticultores que han conseguido acceder a la elite del prestigio, con producciones menos voluminosas pero con un fuerte respaldo de la crítica, altas puntuaciones en las guías y destacada representación de sus vinos en las cartas de los mejores restaurantes, wine bars y enotecas frecuentadas por los winelovers.
Pero la realidad vinícola de este país es mucho más compleja y diversa que la que ofrece ese reflejo y se sustenta en muchos otros actores. La mayor parte de ellos rara vez se asoman a los focos del circo mediático porque están consagrados al cuidado de sus pequeñas parcelas de viñedo. En muchos casos, las mismas que han trabajado sus padres y abuelos. Aunque también hay viticultores de nueva generación que se han aventurado a salvaguardar un patrimonio que en el entorno de sus respectivas comarcas ya nadie está dispuesto a trabajar.
Todos estos pequeños valedores del vino español son héroes anónimos porque sustentan la base de la realidad vinícola de este país. Trabajan el viñedo con sus manos y elaboran vinos de calidad diversa: no todos tienen el mismo talento ni medios equiparables. Pero son ajenos a los sospechosos recursos marquetinianos y pueden considerarse auténticos.
En las últimas semanas, se sucedieron algunos eventos, catas, muestras y presentaciones que han servido para poner en primer plano la relevancia de estos vinos «pequeños» que aportan diversidad y riqueza a dos de las regiones de mayor prestigio del contexto vinícola español, Rioja y Ribera del Duero.
La semana pasada, la asociación de la Bodegas Familiares de Rioja, que agrupa 45 bodegas asentadas en la D.O.Ca. –todas con viñedo propio e identidad municipal– organizó en el Palacio de Neptuno de Madrid una cata para demostrar que estas pequeñas bodegas deberían tener más voz en el contexto de una denominación de origen donde la búsqueda de la expresión de la singularidad es una necesidad imperiosa. En la muestra, presentada como Riojas de Pueblo, se pudieron catar vinos muy interesantes a la par que diversos, en un formato interesante –se podía visitar las mesas de cada viticultor individualmente o elegir unas catas temáticas de vinos agrupados por variedades o estilos– que la organización presentó como «la tierra de los mil vinos» para descubrir «la otra Rioja».
Aún cuando quien esto firma no pudo abarcar la inmensa variedad de vinos propuestos, la oportunidad fue propicia para descubrir algunas referencias que aquí vale la pena recomendar, como el rosado Todo va a salir bien 2021, tempranillo 100% de la bodega Mazuela de la localidad de Cenicero, que con su nombre optimista y su color ojo de gallo se desmarca de los rosés de tendencia para apuntar un perfil singular, untuoso y muy atractivo.
También sorprendieron gratamente los blancos elaborados a partir de tempranillo blanco, como La Marciana 2020 –este de la bodega Navarrsotillo, de Andosilla–, que incorpora un porcentaje de garnacha blanca para redondear un vino serio, expresivo, con mínima intervención, realzado por un meticuloso trabajo con las lías y una ajustada crianza en barricas nuevas. Entre los tintos, uno de los más originales a juicio del responsable de El Bar de Gastroactitud resultó La Canal del Rojo 2016, monovarietal de garnacha firmado por la bodega Proelius Nivalius (Nalda). Es uno de esos vinos de pueblo españoles que exprimen el carácter de un viñedo viejo. Plantadas en suelos de arena y yeso en 1936 en Badarán, en la zona de Alto Najerilla, estas viñas son el origen de algunas de las mejores garnachas riojanas.
Unos días después, el 3 de junio, tuve la oportunidad de participar como jurado en el IX Concurso de vinos de Villabuena de Álava, localidad de Rioja Alavesa que ostenta la mayor concentración de bodegas por habitantes del mundo: 43 bodegas por 350 habitantes. Allí, en los salones del hotel Viura –uno de los baluartes del enoturismo riojano– pude catar los 40 vinos españoles presentados a concurso (¡todos del mismo pueblo!), con otros dos jurados de sobrada experiencia: la Master of Wine Almudena Alberca y Carlos Fernández, mentor de Bodegas Tierra, de la vecina localidad de Labastida (y viticultor del año 2021, según el criterio del célebre crítico Tim Atkin).
Entre todos los vinos que debimos analizar –muchos de ellos tintos de cosechero, la gran especialidad tradicional en esta zona–, valorar y situar en el podio, que más tarde un jurado popular volvió a catar para dar un último veredicto, hubo un poco de todo. En Villabuena coinciden bodegas de renombre con otras muy pequeñas, artesanales y familiares. De ahí que las que prefiero destacar en este artículo dedicado a los vinos de pueblo españoles sean las menos conocidas, como Araico, que clasificó sus vinos en la terna premiada pata los blancos y tintos jóvenes. O José Basoco Basoco, que tuvo el gran mérito de situar su tinto Matapaja 2019 como el mejor valorado por el jurado en la categoría de tintos con crianza.
Por último, retrocedo unas semanas atrás y viajo hasta el extremo oriental de la Ribera del Duero, hasta la provincia de Soria, para celebrar la «puesta en largo» en la asociación Viñas Viejas de Soria, colectivo que agrupa a 13 bodegas de la citada D.O. y otra de la Tierra de Castilla y León de la provincia y nace con el objetivo de defender y promover el valioso patrimonio vinícola que existe en esta comarca.
El francés Bertrand Sourdais, que llegó a esta zona hace más de 20 años para involucrarse en el proyecto de Dominio de Atauta, se enamoró del entorno y hoy impulsa aquí sus propios proyectos, la bodega Antídoto y Dominio de Es, preside la asociación y es la cara más conocida del colectivo. No se cuelga medallas, pero ha promovido Viñas Viejas de Soria porque cree que la región lo merece y de alguna manera, es una forma de devolver lo que Soria le ha dado.
Sourdais explicó que «de las 1.274 hectáreas que existen en la provincia de Soria, más de 900 son de cepas viejas, entre ellas, 120 hectáreas de viñedo tienen más de 120 años, 204 están entre los 90 y los 120 y 638 hectáreas albergan viñedos de entre 70 y 90 años, un hecho que da una peculiaridad a los vinos». Además, los viñedos “son un mosaico de un montón de pequeñas parcelas”, como señaló el presidente de Viñas Viejas, en referencia al hecho de que la media de cada viñedo es de 0,1 hectárea».
En esta zona oriental de la Ribera del Duero actúan el propio Sourdais –que elabora vinos ya reconocidos y bien valorados por la crítica– y Dominio de Atauta. Se les unen otros como los de Bodegas Gormaz –que en los últimos tiempos ha dado un notable impulso cualitativo a sus vinos, con el trabajo de las enólogas María José García y Emma Villajos y la paulatina adquisición de parcelas de viejas viñas– o la bodega Aranda-DeVries de la localidad de Ines, fuera de la D.O. y consagrada a la elaboración de vinos naturales, amén de otras que también elaboran vinos de calidad destacable.
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