Si algo caracteriza a este cocinero es el eclecticismo: el uso de la despensa local y global; de las técnicas actuales y antiguas. Es difícil de etiquetar.  Después de liderar investigaciones culinarias con Universidad del País Vasco y de haber sido radicalmente tecnológio y se ha asentado en una sensata tercera vía, como la denominaría el observador gastronómico Philippe Regol, donde la ecología, la sostenibilidad y el producto de cercanía son elementos importantes. La suya es una creatividad no forzada que se vale para conseguir sus fines de los apoyos técnicos precisos. Su cocina, cada vez más sólida, transita, después de muchos vaivenes, por el cómodo camino de la estabilidad conceptual. Platos comprensibles, de sabores reconocibles y armonías agradables en los que la estética está siempre cuidada. Atxa mima el producto, que siempre es excelente, pero también juega con el comensal: el engaño fácil del trampantojo, la sorpresa inesperada siempre grata, el chispazo de humor que arranca una sonrisa. Es uno de esos pocos cocineros que están, sobre todo, pendientes de hacer disfrutar. Su cocina técnica, meticulosa  y rigurosa, no exige del comensal un esfuerzo intelectual, ni un trabajo de rastreo. No prentende más -ni menos- que satisfacer el placer que está ligado a la degustación de bocados plenos de sabor. Por eso Azurmendi, su restaurante, es una dirección segura, una recomendación que no falla. Azurmendi respresenta la cocina de la felicidad.