¿Soy intolerante a la fructosa?
Tripa hinchada, náuseas, gases, pueden ser síntomas de intolerancia a la fructosa. No se trata de dejar de comer fruta: hay que consultar a un especialista.
En los últimos años nos hemos ido acostumbrando a oír hablar de la intolerancia al gluten y a la lactosa. Tanto es así, que raro es el restaurante o cafetería que no ofrece a sus clientes productos libres de gluten o leche sin lactosa. Pero hay otra intolerancia que, pese a no ser tan conocida a nivel popular, se diagnostica cada vez más y afecta a un importante número de personas. Es la intolerancia a la fructosa.
En general, tendemos a pensar que la fructosa es el azúcar de la fruta. Y es cierto, aunque también encontramos fructosa en la miel, en muchas verduras y, sobre todo, en un sinfín de productos ultraprocesados y supuestamente ‘light’ en los que se ha sustituido la sacarosa (el azúcar de mesa) por la fructosa. Es decir, está presente en más alimentos de los que en un principio se nos podrían ocurrir, y causa más trastornos de los que nos imaginamos.
¿En qué consiste la intolerancia a la fructosa?
Para entender en qué consiste esta intolerancia podemos hacer un repaso al proceso de digestión de un zumo de frutas:
- Tras ingerirlo, el zumo llega al estómago y continúa su camino hacia el intestino delgado.
- En el intestino delgado es donde se debe produce la absorción de los nutrientes, que pasarán a través de la pared intestinal al torrente circulatorio.
- Las personas con intolerancia a la fructosa tienen un problema de malabsorción.
- En consecuencia, el intestino delgado no es capaz de absorber bien la fructosa presente en el zumo, por lo que sigue su camino, pasa al intestino grueso y allí, por la acción de las bacterias, fermenta.
- Esta fermentación es la responsable de los síntomas digestivos: flatulencias, distensión abdominal, diarreas, náuseas…
Ya tenemos los síntomas. Pero toca preguntarse cuál es la razón de que ese intestino delgado no sea capaz de absorber bien la fructosa. Y ahí es donde se abre un amplísimo camino, porque detrás de una intolerancia a la fructosa puede haber muy diversas patologías digestivas. Tanto es así, que el doctor Blas López Rueda, uno de los mayores expertos españoles en este campo, apunta que “más que una enfermedad, la intolerancia a la lactosa es un síntoma que debe hacer pensar al médico que hay otra patología latente”.
López Rueda es el impulsor de un grupo de Facebook que comenzó dedicado a la fructosa y hoy ya ha ampliado el espectro de enfermedades. Su nombre es Intolerancia a la fructosa, sorbitol, lactosa, Dao, gluten, sibo parásitos y cuenta ya con cerca de 30.000 seguidores. Se trata de un grupo sumamente activo, cuyo crecimiento continuo nos indica que son muchas las personas con este tipo de problemas.
¿Cómo se diagnostica?
Si echamos un vistazo a las inquietudes de los pacientes, vemos que, en muchos casos, la queja es que, al ser unos síntomas tan poco específicos, muy a menudo se tardan años en llegar a diagnosticar el problema. Es decir, el primer requisito sería la sospecha de que existe una intolerancia a la fructosa; a partir de ahí, hay diferentes pruebas para comprobarlo. La más habitual, por ser más específica y menos invasiva, es el test de aliento de hidrógeno y metano aspirado tras la ingesta de 25 gr. de fructosa (recuerda, esta prueba la debe hacer un digestólogo, no te sirven los test de intolerancia de las farmacias).
Ante un resultado positivo, la primera indicación será la de realizar una dieta en la que se limiten los alimentos ricos en fructosa y, en general, los azúcares más fermentables. El problema es que se trataría de una dieta muy restrictiva y difícil de seguir durante un periodo largo, por lo que se intenta no mantenerla durante mucho tiempo. Por eso, los especialistas proponen ir restringiendo la fructosa por completo en un primer momento, y después ir incrementando de forma gradual su ingesta. Es la forma de conocer nuestro límite personal.
Una cuestión compleja
Pero, sobre todo, es muy importante tratar de averiguar cuál es la causa original. Es muy habitual que detrás de una intolerancia a la fructosa haya alguna enfermedad como el SIBO (sobrecrecimiento bacteriano en el intestino delgado), parásitos intestinales, colon irritable… Si no se averigua cuál es la patología que está latente y que está causando esos problemas de malabsorción, difícilmente se podrá corregir la intolerancia a la fructosa.
Además, los nutricionistas especializados en intolerancias coinciden en afirmar que, dependiendo de si la persona tiene SIBO, Helicobácter, intestino irritable u otras patologías, podrá comer unos alimentos u otros. La individualización es clave, por eso es tan importante que se valore:
- El grado de intolerancia: dependerá de la hipersensibilidad intestinal. Por ejemplo, una persona con intestino irritable va a tener muchos síntomas, aunque a lo mejor no tenga demasiado problema de malabsorción.
- El grado de malabsorción: va a depender del posible déficit del ‘transportador’ de la fructosa, así como de la mezcla de azúcares en el intestino.
La mezcla de azúcares, efectivamente, es importante. Hay que saber que el sorbitol dificulta la absorción de la fructosa, mientras que la glucosa facilita su absorción. Por tanto, no solo deberíamos tener en cuenta la cantidad de fructosa de un alimento, sino también su contenido en sorbitol y en glucosa.
Complicado, ¿verdad? Precisamente por esto, los especialistas insisten en que, ante un posible diagnóstico de intolerancia a la fructosa -y, en general, a cualquier otra intolerancia-, no debemos restringir o añadir alimentos por nuestra cuenta, sino que debemos ponernos en manos de un profesional. Es la forma de evitar interacciones y de buscar las mejores asociaciones de alimentos para reducir síntomas y ganar salud.
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