La Mallorquina cumple 125 años frente a la Puerta del Sol
El obrador más céntrico de Madrid, ubicado en el km 0, abrió sus puertas por primera vez en 1894 y, desde entonces, su historia ha formado parte del dulce de Madrid. Para celebrarlo ha lanzado una edición especial de uno de sus postres más reconocibles, la tarta de fresa.
Centenaria y de carácter familiar, La Mallorquina se ha convertido en una referencia emocional imprescindible, con una ventana única en Sol y una carta de postres y dulces artesanos que mantienen la tradición y que innova cada día. Este año cumple 125 años desde que abrieran sus puertas en la Puerta del Sol y, para celebrarlo, además de lanzar una edición especial de su famosa tarta de fresa, inaugura dos nuevos espacios: uno en la calle Hermosilla y otro en El Rastro.
La historia de La Mallorquina
Los toldos de La Mallorquina se desplegaban por primera vez en 1894, en la calle Jacometrezo, su ubicación inicial, para trasladarse con el tiempo a un emplazamiento privilegiado: la Puerta del Sol.
Desde el número 8 de Sol, La Mallorquina comenzó a vender dulces y pasteles, siendo la primera pastelería en introducir productos que hasta entonces no habían llegado a la capital como el Roscón de Reyes o las Ensaimadas. En sus vitrinas y escaparates, ofrecía propuestas saladas como embutidos, conservas y merlitones; dulces como barquillos o rusos y exponía las colecciones de bombones. A finales del siglo XIX, esa visión propia de trabajar el dulce le otorgó un gran prestigio acompañado de un distinguido personal. Camareros vestidos de frac que atendían a la clientela en castellano y también en un cuidado francés o confiteros de renombre como Teodoro Badarjí, que aportó al obrador nuevas creaciones, fórmulas y técnicas traídas desde París.
Además de pastelería, bombonería y confitería, La Mallorquina ha sido también un espacio de reuniones y tertulias de miembros de la Casa Real, del Gobierno, artistas, filósofos, escritores y ensayistas. A su Salón acudían, entre otros, Ortega y Gasset, Pío Baroja, Benito Pérez Galdós, Gómez de la Serna o el Premio Nobel de Literatura Juan Ramón Jiménez, quien pedía en barra un Tortell con café y subía al Salón en busca de inspiración.
Marcada por la historia
Durante este tiempo, La Mallorquina evolucionó en función de los acontecimientos históricos y las demandas de los madrileños. Tras la Guerra Civil, la pastelería comenzó una nueva etapa de la mano de las familias Quiroga y Gallo. Con una carta reducida, condicionada por la escasez de ingredientes como el azúcar, harina, café o el carbón para los hornos, la Puerta del Sol volvía a oler a dulces recién horneados.
En los 60, experimentó una reforma, respetando sus elementos más característicos e incorporando
nuevo mobiliario. Las familias Quiroga y Gallo concedieron más protagonismo al Salón de Té, al que se accedía a través de la escalera con 22 peldaños; instalaron una marquesina de granito y colocaron en la fachada sus símbolos más reconocibles: el nombre en hierro y, en la esquina de Sol con Mayor, la icónica muñeca rosa con delantal de repostera.
A lo largo de su historia, La Mallorquina ha mantenido la tradición pastelera convirtiéndose en una referencia emocional de Madrid. Es parte de la cultura dulce de la ciudad, reconocida por madrileños, turistas y personalidades que a día de hoy mantienen una estrecha relación con la pastelería.
Nuevas aperturas para 2019
Para celebrar su aniversario, La Mallorquina abrirá en septiembre una pastelería en Hermosilla –con Velázquez, en el Barrio Salamanca–, con obrador propio e incorporará, a la misma carta que ofrece en Sol, una nueva línea de producto única para este espacio. Y, a partir de julio, inaugurará una segunda pastelería en El Rastro, en el Madrid más castizo, abierta los domingos donde ofrecerá su clásica carta: las pastas, la colección de hojaldres y también tartas, dulces de temporada o sugerencias saladas, entre otras referencias.